lunes, 30 de junio de 2008

UNA HOJA, UN LAPIZ Y ELLA

UNA HOJA, UN LAPIZ Y ELLA

De buenas a primeras tomé una hoja y comencé a escribir lo que ella me insinuaba.
Miré hacia la calle, el colectivo estaba casi lleno, los pasajeros le negaban el asiento a un anciano que simulaba cansancio, y una niña rozagante acariciaba un pequeño osito de peluche.
Traté, por un instante, de sacarla de mi mente, me parecía imposible recordar cada una de sus expresiones o tal vez retenerla en un rincón de mi corazón, sólo por un instante, como para no acostumbrarme a ella.
Bajé de aquel monstruo de metal y me sumergí en esta ciudad que me alienta lentamente, y traté de poder comprender de que manera podía alejarme de aquí y a ella de mi corazón.
Es bueno que siga a mi lado, que me acompañe en una lejana caída.
No sé todavía como encontrar la manera de confiar en este espectro de lo que fui, de lo que seré. Pero creo que la nube donde estoy parado pronto se desvanecerá.
Me armo de fuerza para seguir caminado, para seguir buscando cuál es el verdadero camino que debo tomar para poderla ver a los ojos cuando ella lo precise.
De buenas a primeras se como es esta miserable lucha, y me doy cuenta que no estoy solo buscando como seguir adelante.
Caminé un poco más por la vida, y tomé un callejón lleno de bruma, y es mi propia imaginación la que me llevaba a ver ese espacio que entre ella y yo se convertía en una realidad a la que pocos pueden acercarse.
Le quité la mirada a aquel pasado que me sepultaba cada vez más, a ese fracaso del que fui un simple cómplice, y me alegré de poder encerrar en un luminoso cajón toda aquella derrota que fue mi obligada compañía.

miércoles, 18 de junio de 2008