lunes, 14 de abril de 2008

7 P. M.


Eran alrededor de las siete de la tarde. Elsa prendía su segundo cigarrillo en menos de una hora. Él no había llamado y a esa hora ya debería estar de vuelta.
No demoro mucho en tomar su agenda y fijarse en cada uno de los nombres que estaban marcados en rojo. Un rojo fuerte, que para ella presagiaba algo. No sabia bien que, pero algo que no e gustaba.
Tomó el teléfono y comenzó a marcar instintivamente el número de uno de los señalados por él. Espero el tono, y en el momento en que la voz sonó del otro lado, cortó con una angustia que ya la estaba comenzando a ahogar.
Lentamente leyó el papel que le había dejado sobre la mesa con el desayuno preparado: “tu voz hace que mi corazón siga latiendo… ¡Te amo!” Le había advertido la noche anterior que ya iba a terminar con todo, que los dos se iban a ir, que con ese último laburo iban a pararse por un par de años, y que iban a poder empezar de nuevo…
Elsa lo había escuchado en silencio, como siempre. Sin olvidar de ninguna de sus palabras. Sin dejar de perder su esperanza. Seguramente se tomaron de la mano y fueron amantes en la última noche. Fueron uno en cuerpo y alma.
“No voy a dejar que te arranquen de mi ser”, le debe haber susurrado al oído antes de quedar dormido sobre su pecho.
A las siete de la tarde la noche comenzaba a hacerse presente. Y a ese segundo cigarrillo Elsa lo acompaño con un café sumamente cargado. Fue a su habitación y se dio cuenta que todavía no había hecho el bolso, que todo estaba en su lugar. Apoyó en la mesa de luz el café, y se recostó.
Pensaba que así, mirando al techo, las cosas pasarían más rápido. Pero a nadie engañaba. Cada lagrima que recorría sus mejillas llevaba un momento vivido (o por vivir) con él.
Ya había perdido la cuenta de cuantas gotas habían caído de esa canilla que no aceptaba que le cambiaran el cuerito. Uno por semana es una cantidad infernal de cueritos. Aparte él poca era importancia le daba. Las últimas noches se la pasaba con los ojos cerrados y la mente despierta. Creía que ella dormía, pero Elsa también fingía sus preocupaciones. Se cuidaban de no moverse, tal vez el otro podría llegar a despertarse de supuesto sueño.
Casi siempre ella le llevaba la bandeja con el café y las tostadas, a la cama. Pero esta mañana él había salido primero como cada vez que le tocaba laburar. Porque él; él laburaba de vez en cuando. Eran encargos especiales. “Mucha guita de por medio, mi amor”. Le decía la volver. “Esta es la última, después de hoy nos paramos…” Ella lo miraba a los ojos, y a él esa sonrisa lo derretía y se amaban hasta que el sol les decía que ya era hora.
Una vez estuvieron a punto de irse. A él le habían encargado dos laburos en una semana. Habían podido juntar la guita suficiente. Para ella ese era el momento. Pero él quería más. “Y cuanto más quieras mas te vas a comprometer con ellos, ellos van a terminar siendo tus dueños, si es que tanto me amas vamonos ya, no mañana vamonos ahora”. Despues de esto, ella se fue. Él no se animaba nunca a discutirle. Jamas le contestaba cuando le decía que se iría. Sabia que iba a volver a su lado. Pero esta vez tardo mas en volver. Estuvieron cuatro semanas separados. Cuando ella abrió la puerta, lo vio tirado en el sillón, parecía muerto. Latas de cerveza en el piso, botellas de whisky tiradas, bolsas de papas fritas regadas por todos lados. Él no había salido en todas esas semanas. En el contestador llamadas en clave que no quiso descifrar. “Nunca mas me dejes”. La vio a los ojos llorando, y entró al baño.
Ella seguía en la cama boca arriba. Mirando sin ver un vacío no tan grande como el que tenía su alma. Su cuerpo no le respondía. Ya era tarde, y él había dicho que hasta las siete, “si no llego a las siete andate sola. No me esperes ya va a ser tarde”.
¿Pero a donde ir sí sé esta sola y sin fuerzas?
El teléfono está mudo, y al silencio lo interrumpen las gotas que golpean sobre los techos. A él no le gusta la lluvia, pero a ella sí. Nunca salía a laburar los días de lluvia. “No te preocupes, la lluvia purifica”. Bromeaba ella. “Creo que por eso no me gusta”. Respondía él, lo mas lejos que podía estar de cualquier ventana.
Pero él ya no estaba, y no iba a volver. Y fue en ese momento en el que Elsa se decidió. Tomó fuerzas desde lo mas profundo de su ser. Se incorporo en la cama. Fue al baño. Se lavo la cara. Entró a la cocina, quemó la agenda. Y después que el fuego se consumió de los secretos de él, abrió cada una de las hornallas, quedándose ella sola aspirando cada respiro de esa verduga cocina…
Ninguno de nosotros pudo hacer nada con la desesperación de él cuando la vio tirada en el piso sin su alma… Regularmente lo vamos a visitar. En su habitación una foto de ellos juntos, y al lado un reloj clavado en las 7 P.M.


28 de abril de 1999

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